Hoy se conmemora a Santa Eufrasia, joven virgen que renunció a sus privilegios por Cristo

Lunes13-03-23  Hoy, 13 de marzo, la Iglesia recuerda a Santa Eufrasia de Constantinopla, monja del siglo IV, figura importante del monacato femenino de la antigüedad.

Protegida del emperador

Eufrasia fue hija de Antígono, senador de Constantinopla, emparentado con el emperador Teodosio I. Un año después del nacimiento de Eufrasia, Antígono murió, por lo que la pequeña y su madre quedaron bajo la protección de la casa imperial. El emperador se encargó personalmente del cuidado de ambas mujeres.

Cuando Eufrasia cumplió los 5 años, según la costumbre, Teodosio decidió comprometerla en futuro matrimonio con el hijo de un rico senador romano. Mientras tanto, su madre, llamada también Eufrasia, iba comprometiéndose cada vez más con su fe cristiana, por lo que decidió dejar Constantinopla y mudarse a Egipto con su hija.

Eufrasia tendría unos 7 años cuando llegó a ese país al lado de su madre y entró en contacto con los eremitas y monjes de Tebaida. Egipto era una tierra en la que florecía la espiritualidad cristiana, donde grandes santos testimoniaban la grandeza de Dios.

Allí, las dos mujeres empezaron a frecuentar el monasterio de Santa María, fundado por San Cirilo de Alejandría y Santa Sara, haciéndose cercanas a las monjas que lo habitaban y adoptando muchas de sus costumbres.

Brota una flor en el jardín de la santidad

En buena parte por eso, la pequeña Eufrasia empezó a sentirse cada vez más atraída por la vida religiosa eremita y, cuando su madre murió, rogó a las monjas que le permitieran permanecer con ellas en el monasterio, tomando los hábitos de novicia a la edad de 8 años.

Al cumplir los doce, el emperador Arcadio quiso hacer valer la promesa que había hecho su predecesor Teodosio I, y envió un mensaje al monasterio en el que estaba Eufrasia, pidiéndole que regresara a casarse con el senador al que fue prometida.

La santa se negó a abandonar el convento y escribió una carta al emperador suplicando que la dejara en libertad, a cambio de que vendiese todos los bienes heredados de sus padres y dejase libres a todos los esclavos de su casa.

Eufrasia le pidió al emperador que repartiera lo obtenido entre los pobres. Finalmente, pese a oponerse a que se deshaga de su herencia, el emperador accedió a los deseos de Eufrasia.

La joven prosiguió con su vida en el monasterio, sobrellevando la disciplina y dificultades del día a día, afrontando también las tentaciones que la invitaban a mirar atrás, o soñar con lo que hubiese sido de ella gozando de los privilegios que le correspondían. Eufrasia combatió “el buen combate” con ayuda de la gracia, practicando la caridad e invocando el nombre de Cristo.

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